Crucé el Darién de Colombia a Panamá a dedo… ¡y sobreviví!




CIUDAD DEL CARMEN, El Carmen, Campeche, México.- Ha sido complicado concentrarme para poder redactar el libro de mi viaje por América, incluso creo que será en un momento en que realmente quiera hacerlo más de lo que ahora me motiva para prepararme a viajar de nuevo. Por ahora creo que es conveniente explicar con el mayor de los detalles mi cruce de Colombia a Panamá a dedo y en botes por el mar Caribe en cinco días, una de las travesías más emocionantes -con poca información en internet- que me tocó vivir.
Para contextualizar un poco quiero empezar advirtiendo al lector sobre un momento en mi vida y que imagine un momento de su vida con una mochila y un contenido que él haya elegido como lo hice yo.

Desde Medellín
El 17 de julio de este año estaba a menos de un mes en el tiempo de mi entrada a México. Estaba en la casa de Mauricio y Joan en Medellín, Antioquia, Colombia, un día antes redacté el post de viajar sin teléfono móvil y tuve una súper charla con Mauricio en el balcón de su apartamento desde donde se veía una inmensa y fantástica vista de “Norteamérica”, una de las dos ciudad imaginarias en que dividieron la urbe con un letrero como el de Hollywood en esta parte y uno igual al sur, “Suramérica”.
Al día siguiente salí de casa de los chicos y caminé decidido a la ruta que iniciaba después de la terminal de metro Niquía con dirección norte, tomé un bus que me llevó a San Jerónimo como por 6 mil o 7 mil pesos colombianos donde compré una caguama, unos cigarros y caminé para hacer “dedo” sobre la ruta alejándome de la urbanidad del pueblo.
Llevaba unas 50 “lucas” (término chileno en que se refieren al dinero en ese país genial) que me regaló Antonio Cadavid -también mi mejor amigo- antes de dejar su paradisiaca finca en Valparaíso a tres horas al sur de Medellín.

La noche me ganó en la ruta camino a Apartadó, donde pensaba llegar ese día y pasar la noche. Para mi suerte hice “dedo” al filo de la puesta del sol, un bus de pasajeros paró y me llevó hasta Necoclí.
¿A dónde vas? – me preguntó un chico que se bajó para abrir la parte donde guarda el equipaje, le contesté que a Apartadó pero que yo viajaba solo de “aventón”, inmediatamente consultó con el conductor y otro trabajador más y me dijeron: “Es tu día de suerte, sube”.
Ya abordo y andando, antes que me acomodara hasta atrás del camión, me dijo el chofer “nosotros vamos hasta Necocli”, eso eran los 60 kilómetros que me faltaban desde Apartadó para llegar a ese puerto donde empezó la travesía por mar para cruzar el Darién.
Viajé seis horas desde las seis o siete de la noche que me levantó ese autobús. Llegamos pasadas la medianoche. El bus paró en un paradero en medio de la calle donde venden los boletos y solo viajábamos dos personas en ese momento.
Me quedé hablando con unos borrachos que me invitaron dos tragos de delicioso “agua ardiente” que me cargó de valor para caminar por un pueblo sin gente, tranquilo pero intimidante, principalmente porque llevaba conmigo historias de que la zona sigue siendo controlada por grupos remanentes de paramilitares, en realidad podría no haber estado tan lejos de esa realidad.
 
Ahora que lo pienso, creo que arriesgué la vida un poco en cruzar el Darién.
Monopolio
Llegué a una playa, acampé y al día siguiente pedí dinero afuera de la empresa Caribe S.A.S. que es la única que lleva personas a Capurganá. Decanté por mendigar porque esta compañía monopoliza los cruces. Vende boletos a 75 mil pesos colombianos a Capurganá en bote, la única forma de llegar ahí. Nunca logré juntar el dinero pero pagué con mi tarjeta de débito Santander, tenía unos 1 mil 500 pesos mexicanos que un amigo me depositó; la verdad no me dio problemas en ningún lugar donde aceptaban “MasterCard”.
Pagué solo 50 con la tarjeta y di 20 en efectivo, el chico que me atendió le caí bien y me dejó conservar 15 que me sobraban. Luego de pedir comida gratis en un restaurante, con el dinero que tenía en efectivo me compré como cuatro chelas y unos cigarros para festejar a la orilla de playa, sin playera, en short, con la mochila y sintiéndome como Indiana Jones, fueron las 15 “lucas” mejor gastadas de mi vida.
El boleto marcaba la salida al día siguiente a las 8:00 horas pero el que me vendió me dijo que debía estar media hora antes para documentar el equipaje.
Acabé las chelas, me dio un poco de hambre y pedí comida en un restaurante cercano, ya con la pancita llena me puse a buscar un lugar para acampar aprovechando que aún había luz, definitivamente iba a ser a la orilla de la playa.
Caminaba por el malecón y recuerdos recientes de experiencias geniales me mantenían más que motivado cuando vi un lugar súper y el dueño aceptó dejarme acampar, incluso me regaló comida también, la cena.
Luego que armé la carpa y aun se estaba poniendo el sol, de pronto un venezolano me narró su frustrada travesía a Panamá donde su principal enemigo fue no tener pasaporte y su nacionalidad.
En la plática me dijo que al día siguiente iba a poner rumbo a Perú y que estábamos en una zona controlada por los “paracos”, los paramilitares pues.
Me advirtió que estaban al tanto de mí desde que llegué y que luego de hablar iba a informarles sobre mí. Aun me imagino muchas veces las posibles palabras de cómo les dijo que era un viajero que se dirigía a su país natal luego de recorrer América a “dedo”.

La lancha
Me levanté a las seis de la mañana, el sol apenas empezaba a salir. Levanté la carpa también, me despedí de mi amigo “veneco” que para demostrarme una vez más que estaba en uno de los lugares más seguros de la tierra, durmió en una hamaca atada a dos palmeras al aire libre con su teléfono celular y sus cosas con él.
Al llegar a la terminal marítima estaba entre decenas de personas negras con rasgos demasiado extranjeros para ser latinos. Eran la mayoría africanos, migrantes que escaparon de ese continente buscando una mejor calidad de vida, muy posiblemente resultado de intentos frustrados de pasar a Europa.
Hablé un poco con uno que venía de Camerún, me enseñó en su teléfono móvil fotografías de él y otros sosteniendo una víbora enorme de fondo a una selva africana. Im ready for the jungle! Fueron las palabras de aquel ingeniero mecánico camerunés del que no supe más.
En el bote recorrí unos 67 kilómetros sobre el mar hasta Capurganá, un viaje de hora y media desde Necocli. Antes de abordar me formé para que me registraran el pasaporte en una estación hecha de madera frente al hotel de más estrellas donde estaba la empresa. Una voz que venía de unas bocinas pedía amablemente que no vendieran machetes cerca de la terminal, imaginé de todo en ese momento.
Si tienes más de 2 kilos de equipaje pagas 2 mil pesos colombianos por cada kilo extra, afortunadamente todos los que trabajaban en eso sabían de mi “viajera situación” y me exentaron de ese pago. Fue genial, pude saber por fin, en todo el viaje, cuanto cargaba en la espalda en la mochila, 18 kilos. Eso me puso a pensar en la enorme mochila de Vitalina, (Vita, para los “compas”) una chica viajera que tenía siete años viajando desde su natal Bielorrusia por el mundo; la conocí a mi paso por la Amazonía peruana el 23 de junio de este año.   

El Caribe
Capurganá tiene más negocios en inglés que Necoclí para gringos locos y europeos con mucho dinero que van a vacacionar en los archipiélagos de San Blas en el Caribe panameño.
También hay presupuestos para todos los bolsillos aunque los pasajes en lanchas varían entre más alejado está el puerto, como el de Obaldía que era el próximo destino y eso ya era Panamá.
Llegué por la mañana a Capurganá ese día y conseguí comida en una cocina económica de unos colombianos “paisas” que fritaban todo, me gusta la comida colombiana también, me es súper raro que coman caldos con plátano (banano) jajaja.
La señora que parecía la que mandaba en esa cocina económica me invitó a tejer con ella artesanías y collares por la tarde al ver uno que me regaló Cristopher, un mochilero chileno que hace parkour y magia.    
El asunto está así: si quería seguir a Panamá era conveniente que tuviera listo el transporte a Puerto Obaldía porque el sello de salida de Colombia -que solo ponen en Capurganá, en Necoclí no- solo tenía vigencia de 24 horas. Si excedía el tiempo el agente de migración de Panamá en Obaldía no iba a sellar, bueno esa fue la historia que me contaron.
Ese día me perdí en la costa y caminé un hermoso sendero que conduce a una reserva natural donde cobran el ingreso aunque es muy simbólico y vale la pena colaborar en ese lugar.
Estando camino a la reserva vi un punto ideal para acampar e incluso para hacer una fogata en los restos donde ya habían hecho una.
Armé la carpa, hice fuego, cociné arroz y tenía panes, salsa picante, sal, un trozo de cebolla que le puse al arroz. Comí hasta saciarme, incluso sobró, tuve que devolverlo a la “pachamama”.
Al día siguiente me acerqué al puerto donde el día anterior no había conseguido nada y un italiano que tiene un negocio de turismo en Capurgana, el que parecía el más buena onda, resultó ser el que más trató de desanimarme y obligarme a pagar por un pasaje en su empresa a Puerto Obaldía o directo a Cartí donde ya empezaba la carretera panamericana.
En un momento de suerte supongo, logré hablar con el capitán de un bote panameño que iba de regreso a Puerto Obaldía luego de hacer compras y no esperaba llevar pasajeros, solo sus amigos. Al explicarle mi situación aceptó, y que bueno que porque "me la jugué", ya me había puesto el sello de salida de migración de Colombia unos minutos antes.
En Puerto Obaldía los lancheros que llevan extranjeros deben dejarlos en un puesto de control donde los militares verifican que tenga el sello de salida de Colombia y que sea exento de visado. También revisan la mochila con perros para checar que no lleves drogas, armas u objetos ilegales en ese país.
El lugar cuenta con restaurantes y tiendas para comprar o pedir comida, pedí mucha comida y nunca sentí que me quedaría ahí para siempre o sin comer a pesar que el agente de migración al principio no me quiso sellar de entrada.
Ese día acampé debajo de un techo cerca de la costa y dormí tan bien como en Capurganá con el ruido del mar arrullándome.  
Para los militares yo pasé como un turista más que está viviendo el sueño de su vida feliz y loco, nada más cerca de mi pinche realidad hermosa. Allá vive un cónsul de Colombia con el que hice una buena amistad hasta el día siguiente que conseguí que me sellara con la idea -sin ninguna garantía, solo la palabra de honor de caballero, como antes- que no me iba a quedar en Panamá y era la verdad.
El sello lo obtuve al siguiente día que llegué y en la tarde del día que me sellaron, el  22 de julio convencí a unos lancheros negros buena onda que tenían un negociazo con los cruces y trabajaban de la mano con el italiano de Capurgana llevando gente a pasear a las islas del Caribe panameño, y el de migración siempre les sella de entrada y salida pasaportes a sus clientes sin cumplir con los requerimientos del dinero, solo el pasaje de salida que ni muestran, creo que por eso me selló. Antes vi como un chico entró con los pasaportes de los extranjeros del bote a San Blas y de una el agente los selló.
El “macizo” de los cruces en lanchas en Puerto Obaldía es un negro enorme que parece Balú del Libro de la Selva pero sin el carácter genial y luego de ver hasta tres veces el sello de entrada de Panamá en mi pasaporte aceptó llevarme gratis. Ellos y los indígenas controlan todo el transporte de personas allá. 
A dos colombianos le cobró a cada uno como 70 dólares del pasaje más 20 dólares para que les dieran un recibo que entregaban a los indígenas al salir por tierra de Cartí, mi próximo destino.    
Salimos a las nueve y media de la mañana y llegamos a Cartí en seis horas, viajamos en la lancha los dos colombianos, un ayudante, el capitán “Balú” y yo, todos ellos negros, me encantó estar con esta gente, son a "toda madre".
Cruzamos el archipiélago del Caribe de Panamá, uno de los lugares de la tierra más hermosos que he visto en mi vida. El sitio está habitado -en las incontables islas que vi desde la lancha- por indígenas “cunas” -en realidad según la Wikipedia, se llaman "Gunas"- como me dijeron unos españoles que estaban varados de una semana atrás en Puerto Obaldía también -ellos consiguieron viajar por 50 dólares.
Archipiélago caribeño de Panamá 
En Cartí, pedí aventón a los indígenas que monopolizan el transporte por tierra hasta Panamá -yo pensaba que estaba a unas ocho o seis horas de Panama City- cobraban de 15 a 20 dólares, un robo.Uno me dijo incluso, que nadie me iba a llevar y -me carcajeaba en mi mente y me reí de verdad apenas me alejé de él- que me iba a quedar para siempre ahí. Caminé hasta salir de la zona poblada, llovía, había mucho lodo hasta llegar a la carretera, recuerdo que vi a un tipo rubio que evidentemente era europeo, cargando una carretilla, no recuerdo que llevaba y me encantó que le pareció genial mi idea de hacer “dedo”, incluso él lo había hecho en algún momento, me contó lo hizo él rápidamente desde el otro lado de la ruta mientras soltaba su carreta y señalaba con sus manos la carretera. Minutos después una camioneta se detuvo  y me llevó hasta el cruce con la “panamericana” pero antes los “cunas” trataron de “sacarme” 20 lucas que no pagué como los colombianos antes y por ende no tenía el recibo, esto en un retén militar. Les expliqué que no tenía más dinero y toda la situación y me dejaron pasar.
Pedí comida en un restaurante y me dieron un “caldazo” que me trajo de vuelta a la vida y me satisfizo para seguir a la ciudad, pasé al baño en la gasolinera de enfrente junto a una estación de Policía donde me lavé hasta los dientes; luego caminé por la ruta y “al toque” hice “dedo”. Se trataba de una pareja de entre 50 y 40 años de edad, fanáticos religiosos que asombrados no podían creer mi historia de aventura y me dejaron un poco delante de Chepo. Al bajar del auto me regalaron cinco dolares para que fuera a la ciudad a Panamá en un bus que me cobró 1 dólar y medio en un trayecto de una hora. Llegué hasta la estación de autobuses de Albrook donde contacté a Maylin Arrue, una chica que me dio un "lif" (así le dicen los panameños al "aventón") la primera vez que pasé por Panamá. Gracias Maylin, por todo.

Más información
Es importante señalar que no soy el único que ha hecho el cruce a “dedo” o de una forma habitual, hay en internet casos como el del usuario Luz Ayala que nos deja en su blog Venibidibici.net, el cruce que hicieron dos viajeros en bicicleta pero ellos partieron desde Turbo en Colombia. Vale la pena leer el post porque ellos narran a detalle los costos y la pesadilla a la que te sometes cuando haces lo convencional, lo de Babilonia y ciñes tu vida al dinero por ejemplo.
Hay un artículo en la web de la BBC también que habla del problema de migración en el Tapón de Darién. El texto es muy interesante y pone en contexto al lector por qué esta zona no se ha abierto a una carretera por ejemplo o a caminos que conecten a Colombia con Panamá.
Gracias por leerme.

Fotos: Carlos Valdemar / Roberto Orlaineta / Internet

Comentarios

  1. Es increhible tu viaje yo no se si te 3stoy escribiendo correctamente
    Pero es un viaje que tiene de todo emocion suspenso miedo pero esos términos en tu mente no te bloquean si no que te invitan a seguir
    Tu lo isiste otro lo puede

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