El Nahuál, relato de terror

 



Fui a hacer la peregrinación desde San Martín hasta San Miguel, es la misma que hacen las personas de la fe católica en esta parte del país una vez al año en verano, entonces le dije a mi compañero Ángel que pensaba ir a la peregrinación y aceptó ir conmigo.

Tenía viviendo y viajando sóla más o menos un mes en México. Este día era un sábado. Habíamos llegado mochileando Ángel y yo en aventón mexicano todo el tiempo desde el jueves en Puebla, sabía mucho acerca de la peregrinación porque en Puebla me hablaron de eso unas hermosas personas y me dijeron que es muy bonita esta fiesta y muy cultural. Una semana antes de llegar a Puebla conocí a Ángel, un viajero colombiano que me pareció muy simpático. Él dice que somos novios pero yo no creo que sea así. Él me gusta mucho, es muy tierno, pero creo que siempre iba muy rápido conmigo. 

Cada vez que escribía en mi diario Ángel me observaba con cuidado pero como él no entiende mi idioma se imaginaba lo que le diera en gana qué podría estar escribiendo en esos momentos.

Carlos, quien nos hospedó en San Martín a Ángel y a mí, nos llevó hasta donde se reúne la gente para hacer la peregrinación en una carretera  de terracería. Ángel no me lo dijo jamás directamente pero él tenía ya imaginada una vida conmigo, así lo sentí cada vez que me lanzaba algunas indirectas en nuestras conversaciones, entonces no quise pensar en estar con él aún toda la vida.

Llegamos a nuestro destino en medio de un camino con sembradíos de maíz alrededor y tomamos nuestras mochilas del auto, nos despedimos del buen Carlos y su esposa Kimberly y comenzamos a viajar con los peregrinos, la ruta era un caminar de toda la noche, aquí nunca hubo señal en los teléfonos móviles. Los peregrinos hacían paradas  para descansar o  hacer oración de vez en cuando en algunos puntos del camino. 

Muy lenta y sigilosamente empezó a desaparecer la gente que estaba a nuestro alrededor, como de forma mágica, no sé cómo en un momento sin darnos cuenta nos quedamos solos Ángel y yo en el camino, ambos con nuestras enormes mochilas en la espalda, era muy romántico ese lugar, para este punto ya él y yo estábamos discutiendo mucho y francamente me estaba arrepintiendo de haberme acostado con él una noche antes de llegar a San Martín con Carlos. Justo también en ese puto momento de discusión cayó la noche. Pero con los últimos rayos de luz apareció de la nada un muchacho de entre los pastizales y plantas de maíz.

Van a San Miguelito?, fue la pregunta de este misterioso muchacho y le respondimos que sí, entonces muy amable él se ofreció a guiarnos hasta allá por un atajo que también lo llevaba a él a su casa. No sé por qué aceptamos sin pensarlo aunque en el fondo desconfiábamos mucho de él, pero tenía algo, como un encanto.

A mí me pareció muy atractivo desde el principio y aunque intenté disimularlo, en ese momento por primera vez sentí que tuve una conexión real con Ángel porque él se dio cuenta también que me gustaba ese chico y sin dudarlo ni un momento empezó a decirme en voz baja que no era buena idea ir con ese desconocido, además se alteró mucho, eran celos pero no pudo decirlo así.

Ángel empezó a insistir demasiado y empezamos a discutir un poco en voz baja frente al extraño rubio pero luego alzamos la voz y de pronto un camión con algunas personas atrás en donde va la carga se detuvo y nos interrumpió casi al borde de los gritos. El chofer nos preguntó si queríamos un aventón, entonces rapidísimo y furioso se subió Ángel y cuando yo me negué a hacer lo mismo que él, me dijo, haz lo que quieras. El camión se puso en marcha, escuchaba las burlas que le hicieron sobre mí los otros que iban con él en ese  camión y de pronto se perdió entre la noche.

De inmediato ese galán con el que me quedé en medio de la nada me dijo su nombre como si no hubiese notado la discusión, pero no lo recuerdo. Y muy coqueto mencionó: si caminamos a esta hora llegaremos mucho antes del amanecer, además estos son caminos seguros. 

Empezamos a hablar en inglés porque él me dijo que era finlandés y no hablaba mucho en español, trabajaba en una finca muy cercana y en la noche regresaba a casa con su madre y hermanos. Su ropa era muy sencilla y sin marcas o etiquetas, hasta parecía muy antigua, vestía una camisa similar a una filipina muy holgada, unos pantalones de color café que le llegaban ya rotos hasta abajo de las rodillas y unos guaraches mexicanos, que le daban un poco de toque hippie y sin ropa interior.

Yo le hacía halagos todo el tiempo, era como involuntario, como si estuviese hechizada con algún encantamiento mágico por él.

Recuerdo que su olor corporal me ponía muy caliente de inmediato, a veces también se sentía muy involuntario pero no encontraba fuerzas para negarme. Hablamos de cosas nada trascendentales pero nos reíamos mucho todo el tiempo, era muy divertido y me sentí muy segura con él. De pronto en medio de risas nos detuvimos, dejó de hablar y me pidió silencio y sigilo para movernos, yo tomada de su mano siempre, atravesamos los sembradíos de maíz y nos acercamos a un destello naranja y titilante que se notaba entre las plantas.  

Al principio parecía un hombre danzando alrededor de una fogata muy grande, pero no alcanzaba a verle el rostro a esta persona o detalles reconocibles. Tenía una especie de sombra que lo cubría siempre de frente y había otras sombras que danzaba con él pero no se distinguía qué o quién hacía las otras sombras. Tenía un largo abrigo oscuro y de piel de algún animal con mucho pelo, y de pronto empezó a cambiar de forma entre sonidos espantosos y se hizo más alto rápidamente, le salieron con sangre salpicando en todas direcciones plumas brillantes como las de un ave y le brotaron también otras extremidades que no encajaban con las de un animal en específico. 


Es el Nahuál, me dijo mi amigo finlandés.


Vamos a pasar muy cerca de él pero no lo mires, me susurró al oído, acto seguido salimos de entre los arbustos y bañados con la luz del fuego del centro caminamos juntos a la vista del mounstro pero no lo vimos directamente y nos metimos de nuevo entre las plantas de maíz. 

Un poco antes y después de transformarse, el nahual necesita no ser visto directamente por el mismo fuego que vemos nosotros para concretar su cambio y es muy vulnerable en ese momento.

Luego de darnos besos en todo el camino mi galán y yo llegamos a una colina muy hermosa bajo una luna roja inolvidable y encendimos un fuego para celebrar que habíamos llegado a San Miguel sanos y salvos antes que la mayoría, estábamos muy cerca de la calle con rumbo a la iglesia donde empieza ya la fiesta ese día del año. Yo sentí una atracción muy inexplicable hacía este desconocido al que no tenía más de ocho horas de conocer. No sentí ningún tipo de temor con él nunca, ni siquiera cuando pasamos junto al nahual. Hicimos el amor el resto de la noche dentro de mi casa de campaña hasta un poco antes de la salida del sol cuando entre sus brazos me dormí. Desperté y mi enamorado ya no estaba, entones sin sentirme asustada en absoluto pero sí muy triste por no poder haberme despedido de él, levanté todo y bajé la colina al pueblo.

Mientras me enfilaba en la ruta para llegar a la iglesia mucha gente se arremolinaba alrededor del mismo camión en el que no me subí y Ángel sí esa noche. El vehículo estaba cubierto por manchas de sangre de varios tamaños y un policía acompañado de otros dos me preguntó ¿usted es Natalia Huisman, la novia de Ángel López Castillo?. No, sí, sí, sí soy, le contesté dudando y temblando de miedo. 

Lamentamos informarle que falleció, necesitamos que acuda a reconocer el cadáver, me dijo uno de ellos. No terminó toda la frase y yo estallé en llanto. Qué le pasó, cómo murió, grité de inmediato, y otro policía que hablaba inglés me pidió con su mano en mi brazo que me calmara. 

Venían para San Miguel y al camión se le salió una llanta, de inmediato tras el choque con el muro de piedra de la colina, un animal los atacó, pensamos que fue un puma porque no es la primera vez que pasa algo como  esto. Todos murieron, no hubo sobrevivientes, la mayoría de los cuerpos estaban irreconocibles, totalmente destazados y esparcidos en todas direcciones. Siempre es en estas fechas que ocurren cosas así; un puma ataca a una niña o a uno o varios campesinos el mismo día, aunque la gente dice que no es un puma, de hecho un testigo asegura que en realidad es el Nahuál.


Fin. 


Agustín Ferrer



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