Viajando 24 días en la ruta de Perú

SAN PEDRO DE TACNA, Tacna, Perú.- Han pasado 23 días desde que dejé la comodidad del hostal donde hacía voluntariado en Guayaquil, Ecuador, recorrí Perú y ahora me encuentro a una o dos horas de la frontera con Chile en la ciudad de Tacna. A estas alturas han ocurrido incidentes que pudieron haber detenido mi viaje o acabado con mi existencia también, pero salí victorioso gracias a tener una actitud positiva todo el tiempo.

El viaje comenzó ahora con Andrés Domínguez, un amigo argentino que puso retorno a su patria el mismo día que yo el 2 de abril de este año desde aquella ciudad ecuatoriana que tan bien me trató y en la que hice muchos amigos.
Salimos muy temprano del Nazu City Hostel donde estábamos hospedados y decidimos tomar un bus que nos sacara de la urbanidad de Guayaquil pero nos alejó mucho más de lo que pensamos, finalmente logramos llegar a las afueras de la ciudad y en el trayecto presenciamos la muerte de una rata que fue atropellada tratando de cruzar la carretera.
Por lo menos cuatro personas nos llevaron hasta la frontera con Perú ese día, cruzamos y dormimos del lado peruano en un refugio para venezolanos. Antes de cruzar al llegar a Huaquillas, caminamos -siguiendo una ruta de Google Maps- hasta la que pensamos que era la frontera, que en el mapa estaba cercana a la costa; sin embargo, esa era la zona comercial por donde la gente va a comprar al lado peruano y viceversa, por lo que preguntamos y los locales nos informaron que el puesto de control migratorio para que nos sellaran de salida de Ecuador y entrada a Perú, estaba en la otra vía que no tomamos. Para llegar a ese lugar caminamos por un camino de tierra que primero estaba plagado de basura, se bifurcaba hasta tres veces y nos internó en un platanar donde incluso pensamos que sería un buen lugar para acampar.
Con el personal de la frontera de Perú que ayuda a venezolanos.

Al cabo de casi una hora logramos salir de nuevo a la ruta que nos mostró a lo lejos una de las oficinas de los Centros Binacionales de Atención en Frontera (Cebaf) que se encargan de los trámites migratorios. Ingresamos al lugar, nos sellaron de salida de Ecuador, luego de entrada a Perú y al salir nos dimos cuenta que ya era de noche por lo que decidimos quedarnos. Mientras caminábamos por el lugar buscando un lugar para dormir, nos dimos cuenta de la presencia de venezolanos y carpas con logotipos de ayuda humanitaria, nos quedamos cerca, pedimos un poco de agua y el personal que estaba atendiendo a aquellos migrantes nos invitó a comer, nos dieron una colchoneta para dormir y fuimos registrados como venezolanos también.
Al día siguiente salimos a hacer dedo de nuevo, pasamos por Tumbes y ese día llegamos a Cancas donde dormimos en una playa hermosa. Por la mañana logramos alcanzar la ciudad de Sullana donde adquirí una carpa y esa noche llegamos hasta la salida de Piura donde encontramos una finca de arroz a cuyos encargados les solicitamos permiso para acampar y amablemente aceptaron e incluso nos regalaron comida; esa fue la primera vez que usamos la carpa Andrés y yo, esa tarde la armamos muy apurados porque los mosquitos apenas se ocultó el sol, salieron hambrientos a devorarnos. Temprano por la mañana un buen hombre nos llevó hasta Chiclayo donde nos compró llegando un “King Kong”, que es un dulce típico de la ciudad y muy famoso en Perú, conocido incluso hasta Ecuador.




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En Chiclayo contacté a una persona por Couchsurfing que desafortunadamente no pudo responder por lo que optamos por pedir que nos dejaran acampar en los Bomberos Voluntarios, quienes amablemente nos permitieron pasar la noche con la carpa en su patio principal.

Con José Chávez quien amablemente nos recibió en su casa en Trujillo

A Trujillo
Ese día salimos de Chiclayo y llegamos a Trujillo por la noche, cabe destacar que el último vehículo que nos llevó fue una patrulla de la Policía Nacional de Perú y nos dejó justo en la entrada de la ciudad. Trujillo tiene un hermoso Centro Histórico que me recordó a mi natal Puebla en México, pero sus orillas -por donde ingresamos al filo de las 19:00 horas- no son tan atractivas, incluso temimos por nuestra seguridad Andrés y yo, además que los policías que nos dejaron ahí se despidieron indicándonos que corríamos peligro. Como siempre las personas en todas las ciudades donde he estado tratan y tratarán de trasmitirte sus miedos, a veces las circunstancias han hecho que les crea. Para nuestra suerte, personas locales nos indicaron como llegar a casa de nuestro anfitrión de Couchsurfing, José Chávez quien nos recibió al filo de las 22:00 horas.

Luego de dos días en esa ciudad salimos y llegamos a Chimbote donde no esperábamos quedarnos y pedimos asilo en la Iglesia de San Pedro, donde un sacerdote nos dejó pasar la noche ya que recibía peregrinos también.
A la salida de Chimbote y luego de esperar horas en la ruta, un motociclista nos sacó de la ciudad y luego un tráiler nos llevó hasta Lima en la parte de atrás, el viaje fue muy extremo al final, casi a las 02:00 horas en la madrugada que llegamos el frío era insoportable, pero las estrellas que vimos en el desierto frente al mar peruano hizo que valiera la pena ese duro recorrido. En la entrada a Lima esperamos a que amaneciera, no dormimos prácticamente nada y decidimos tomar un bus que nos dejó en Villas El Salvador, un barrio a las afueras de la metrópoli desde donde caminamos hasta pasar un peaje, luego tomamos otro bus que nos llevó a Pucusana donde acampamos en Naplo, una hermosa playa, ese día fue 10 de abril, nueve días de viaje y el cumpleaños de Andrés.
En Pucusana.


Accidente y coca
Al día siguiente no tuvimos mucha suerte en conseguir transporte rápidamente pero a las afueras de Chilca, Daniel, un trailero boliviano paró y aceptó llevarnos hasta su país en un viaje que pudo haber sido de cuatro días de no ser porque a las afueras de Arequipa, por un descuido involuntario, se salió del camino -en una zona de vicuñas animalitos similares a las llamas pero más pequeños- donde estábamos a cuatro mil 800 metros sobre el nivel del mar. Daniel nos pidió que nos retiráramos del lugar tras salir ilesos del accidente pero luego de unos 20 minutos yo me sentía muy mal; tenía mareos, me faltaba el aire, me dolía el pecho y sentía que en cualquier momento iba a desmayarme, tenía mal de altura. Tras unos 15 minutos de espera paró Holguer Gibaja, un peruano que iba a Cusco y que al ver el estado en el que me encontraba y en el que se puso Andrés, que empezó a vomitar en el camino, decidió parar en un poblado cercano y nos compró hojas de coca. Inmediatamente que empecé a mascarlas y el malestar se me quitó, aunque ya no estábamos a la misma altura, sentí un alivio y la inhibición del hambre, la sed y el frío.
Cusco, Perú.







En Cusco nos quedamos cuatro días, Andrés decidió seguir a Bolivia y yo a Arequipa de nuevo. Ahora estoy en Tacna, en casa de Lily y en dos días pretendo cruzar la frontera para Chile para poner rumbo a Ushuaia.
 
Entre Cusco y Arequipa.



Yendo a Arequipa desde Sicuani.

Arequipa.

La familia de Willy me acogió en Arequipa con mucho cariño, siempre los llevo en el corazón.

Antonio y su familia me ofrecieron su casa en Cusco, los recordaré para siempre.
Edy me llevó a las afueras de Cusco en mi camino a Arequipa.

Trabajé unas horas para ganarme un pasaje de Sicuani a Arequipa.

Chacchar
Aunque al principio pensaba que la sagrada hoja de coca se masticaba, esa información fue corregida por Emerson Afiler, mi anfitrión de Couchsurfing en Moquegua, quien me explicó que desde los tiempos antecesores a la época de la Colonia Española -que destruyó la civilización Inca y la mayoría de culturas americanas- los pobladores de esta parte del mundo “chachaban”.
El término “chacchar” se refiere a una palabra quechua que no tiene sinónimo en español y la traducción se refiere introducir las hojas de coca una a una y colocarlas entre la mejilla y las muelas, es decir, a la altura de las encías y sin mascarlas hacer un “bolo” que se note desde el exterior y luego colocar un trozo un poco más pequeño que una uña de “licta”, una pasta, envolverlo con la coca todo en el interior de la boca usando las muelas y los músculos de la mejilla y suavemente presionar para que salga el jugo de la coca. Acorde a Emerson, con la “licta” se extrae el 100 por ciento de la sustancia activa de la hoja, mientras que si no se usa, por si sola, la saliva solo logra obtener un 20 por ciento. En la lengua Ahimará, se usa la palabra “pigchar” para referirse a la misma acción.   


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