Tiré mi carpa… ¡Pero seguí hasta Chile “a dedo”!



CIUDAD DEL CARMEN, El Carmen, Campeche, México.- Mamá, estos son los detalles que no pude contarte en el momento. Mi record personal de haber estado en más países en menos tiempo -un día en tres países- lo establecí de regreso a México -pero ese será otro post- aunque la primera vez que sentí esa “internacionalidad” en mi viaje me pasó al principio cuando luego que salí de mi madre patria, en seis días estuve en Belize, Guatemala y llegué hasta la otrora capital cafetera de América, El Salvador, el 30 de noviembre de 2018. Sí, leíste bien, tiré mi carpa al tercer día en mi estancia en el país “chapín” porque me pesaba mucho ya te cuento cómo fue esta atrocidad. 
Siguiendo hilo del post, de Bacalar, Quintana Roo, México, llegué a Corozal Town, Belize, en un día, relativamente cerca. Estaba en el hostal El Refugio, de Nick, por la mañana del 26 de noviembre -mi tercer día en la ruta- donde desayunamos con otras personas del hostal y Ricardo, al que ayudé ese día a recolectar agua y preparó una carnita asada ¡bien rica!
Me despedí de Elvira y su mejor amiga canina, Kudra, y Nick me dio un aventón al entronque que perfila a la frontera beliceña, me bajé de su “mami-van” donde de hecho, ¡llevaba a su madre!; nos despedimos y tomé un taxi que me cobró 40 pesos mexicanos  hasta la frontera, lo sé, no todo fue “a dedo”, al principio en estos días estaba confundido, no estaba seguro de lo que hacía ni mucho menos cerca de la experiencia de ocho meses subiéndome a vehículos de extraños en una demasiado variada cantidad de escenarios de rutas, desde las transitadas donde parece que te llevan de una y pasas días invisible ante hordas de automovilistas manejando uno detrás del otro, hasta no esperar nada y subirte “al toque” en una camioneta que apenas camina en una ruta donde solo hay vacas y mariposas de colores -y muy bonitas, escenario nicaragüense- alrededor.

Creo que cuando empecé a moverme en Colombia asimilé realmente mi rol de viajero, hasta ese momento aun pensaba que estaba ahí solo por casualidad, por suerte. No, llegué ahí porque me lo propuse, porque yo lo decidí, esa es la única razón para mí y la que rige mi vida ahora; mis decisiones, mi destino.
Regresando a la historia: me bajé del taxi justo en la frontera donde un agente de migración de mi país me dijo: “aléjate de las ciudades y cuídate de las pandillas”, esto luego que le pregunté mientras me sellaba la salida de mi pasaporte: ¿algún consejo para ir a Belice?
El ignorante comentario de mi interlocutor en ese momento se repitió a lo largo de la ruta en gente de todos los países donde estuve, que dejados llevar por lo que ven en los medios de comunicación, piensan que viajar así es sinónimo de “suicidio”.
Seguí adelante después del sello, crucé un puente y empezaba a ver gente negra y eso me daba nervios, pensaba que era parte del viaje, en realidad era racismo oculto dentro de mí, claro, yo era un racista en realidad, lo comprobé estando en Belice y conviviendo por primera vez con humanos totalmente diferentes a mí.
Luego del puente, caminé hasta el edificio de migración beliceño donde unos agentes de migración sin nada de modales me atendieron. Mi novatez fue evidente y por poco y me cuesta mi entrada a Belize que fue restringida a solo siete días. Son una mierda los agentes, la gente no, la gente es hermosa.
Luego que me sellaron, me advirtieron que para salir de Belize tenía que pagar un impuesto de 40 dólares beliceños o 20 dólares americanos.

Los negros
Ver por primera vez y de cerca la robusta complexión de hombres y mujeres negros me intimidó totalmente, más allá de los “albures” que mis camaradas puedan imaginar cómo relacionar mi sobresalto con lo que está alrededor del “negro del wapp”, empecé a sentir –atención ahí, ya no solo pensar- que en cualquier momento me iban a asesinar solo por no ser negro como ellos. Ese sentimiento absurdo pasó rápidamente ese día. En Colombia y Ecuador fue el país donde más contacto tuve con negros. Antes que continúe quiero contextualizar esto: me permito usar a mis anchas la palabra “negro” y todas sus variantes para referirme a gente con piel más oscura que la mía no de forma despótica o con fines ofensivos, sino que desde la cuna en México a todos los que somos morenos o muy, muy morenos -porque en mi país o por lo menos en las ciudades donde viví, no hay negros- es totalmente normal que nos digan “negro” y todas sus variantes, ejemplos:
Yo llamando o siendo llamado por un amigo o familiar: ¡apúrale “negro”, que se nos hace tarde! 
¡Pinche negro, ayer te luciste con esas carnitas y las chelas, cabrón!
Estas expresiones coloquiales entre mi gente se dicen entre amigos y familiares como se puede apreciar. Incluso en Colombia y Ecuador, aunque si es cierto que existe racismo, también decirse entre compas de “negro”, es normal y habitual en la mayoría del país, incluso entre ellos como lo dicen hasta parece un halago. Por lo tanto para nosotros mexicanos, no debería haber “taboo”, pero sí había ese virus en mí hasta ése día en Belize.
En el restaurante
de Nidia May en Belize.

La llegada a Corozal
Victorioso de ver como una chica de migración beliceña puso el sello de entrada -lo sé, solo fue por siete días ¡pero fue genial!- en mi pasaporte me dio todos los ánimos que necesitaba en ese momento para seguir con mi aventura.
Un último oficial de migración, un negro enorme tipo Baloo súper alivianado al puro estilo “Bob Marley” pero con un uniforme que le daba toda la formalidad que usaba en su labor, me preguntó si tenía algún alimento u objeto que declarar, y le contesté que no tenía ni idea de que sí y que no podría ingresar más allá de lo obvio como drogas o armas… Solo me dijo un “ok, pásale” y un ademán de pulgar arriba, fue genial. Nada podía “malir sal”, digo salir mal y me subí a una combi con rumbo a Corozal.
Parte de mi “n00bsada” al cruzar mi primera frontera, fue no tener idea de quién era y dónde vivía mi anfitrión, por lo menos lo básico como la dirección y el nombre completo. A la mierda, me lo inventé todo, esto gracias a la invaluable ayuda de un héroe, un héroe que no tiene capa, un súper negro buenísima onda que deambulaba -con otros como él- por la árida oficina de migración ayudando a la gente “n00b” -como yo  en ese momento- en esto de los viajes, a llenar los horribles formularios, que a propósito, fueron hechos con vergonzosas faltas de ortografía en inglés -la lengua madre de los beliceños- y español. Este primerísimo episodio por lo menos me lo anticipó Elvira, por eso te recordé siempre en mi viaje y te deseo lo mejor desde aquí.  
Dinero beliceño con
la imagen de la reina
de Inglaterra.
La combi me dejó en Corozal y empezó el infierno mental. Toda la mierda de lo que absorbí durante toda mi vida por todos mis sentidos, principalmente información, empezaba a ser desplazada por nuevas experiencias que eran como teorías galileanas imponiéndose a los dogmas y doctrinas de las religiones. Fue hasta que me di cuenta que también había chinos por todos lados y algunos “latinos” o morenos como yo también, que me calmé. El corazón me palpitaba y estaba “alerta” ante cualquier cosa sospechosa, sentía la necesidad de avisar donde estaba, de empezar a gritarle a todos lo que estaba haciendo, necesitaba internet. Llegué a donde sé que mi madre me mandó en sus oraciones -¡ella es mi fan favorita del blog, te amo mamá, soy tu chiquitín especial!- que hizo siempre con mucho amor. Entré a Lo Mel In, el restaurante de comida beliceña de Nidia May, donde probé el auténtico y más delicioso “rice and beans” beliceño. Nidia me escribió en año Nuevo, ella siempre me recordó a mi madre, el próximo post se lo dedicaré a ella que siempre estuvo pendiente de mi viaje también.
dinero beliceño.
Me hospedé con Lucas Hore, un beliceño que sabe mucho de su ciudad, me invitó a cenar en su casa, fue genial; y Nidia me regaló “rice and beans” y cené eso también. Al día siguiente fui con Nidia de nuevo, luego que traté de vender discos pero no vendí nada, me desanimé y no volví a venderlos. El éxito de Bacalar no se repitió en Corozal. Cambié trabajo por comida con Nidia, fue genial ayudarle aunque sea un poco, su restaurante es de los más antiguos. Nidia me ofreció enseñarme a hablar inglés pero no podía quedarme mucho, solo tenía siete días, ¿te acuerdas?
 Al día siguiente, Lucas fue a Orange Walk -los beliceños dicen, “orenyua”- y me dio un aventón hasta ahí. En ese lugar vi muchos menonitas y un bolero mexicano, que me juró que era el único que vivía ahí.
Salí caminando de esa pequeña ciudad que parecía un pequeño pueblito, y justo en el momento en que ya no podía caminar más, se detuvo un sujeto que me dio un aventón hasta la salida real de la ciudad. Se trataba de un beliceño y un mexicano criado en ese país, que tienen un negocio de renta de cosas de lugares ecoturísticos cerca de un río, no recuerdo más, lo siento, pero fueron muy buena onda. Este punto es importante, donde ellos me dejan era como un peaje, así que los autos se detienen y estos cuates que me llevaron hasta ahí, me aseguraron que me darían aventón “de volada”, y así fue. Paró una camioneta “estaquita” pero marca Toyota, muy vieja, de los 90s o 2000 tal vez, un matrimonio, el señor me hizo señas que me subiera, me dijo que iba hasta Belize City y le dije que me bajara antes, en el “Burrell Boom”, que es un sitio que vi en el mapa donde se bifurcaba la ruta para sacarme por Guatemala, en su frontera de Melchor de Mencos. Así fue, me bajé de esa “camionetita” y caminé en dirección al “Boom”, como le decían a ese lugar los beliceños, en el camino se detuvo un beliceño que parecía mexicano, tenía ascendencia mexicana pero le costaba mucho trabajo hablar en español porque había crecido en un país angloparlante.


Me llevó hasta la entrada al “Boom”, era como mediodía, aún tenía la carpa y probablemente la hubiese usado, pero no me di ese valor y opté por hacer que el día me diera un techo esa noche. Pasaron unas tres horas y se detuvo George Reed, un “gringo” a toda madre que trabaja en una empresa petrolera y va y viene de California en su camioneta. Casualmente iba muy cerca de la frontera y aunque lo desvió 15 minutos de su casa, me llevó hasta la frontera; nos enseñó su casa a mí y un bombero que nos hizo dedo en la ruta. A pesar que ambos no hablaban español, nunca me sentí excluido durante el tiempo que compartimos y ambos trataron siempre de explicarme como podían cosas que evidentemente yo no entendía.

Esta foto fue tomada desde la casa de George Reed en Belize.

George me dejó frente al puesto de control fronterizo de Belize y me preguntó si tenía los “taxes” o impuestos de salida, los 40 dólares beliceños -o 20 dólares americanos- y le respondí que sí, estoy seguro que si no los tenía, él me los hubiese dado, pero para mí fue suficiente con que me llevara hasta ahí, mi objetivo del día se cumplió, “salir de Belize”. Prácticamente nunca hice turismo de verdad hasta que Marina Getto compartió su viaje conmigo en el Amazonas.
Como novato, cambié el dinero que tenía de Belize a quetzales, la moneda de los chapines, ni recuerdo cuanto tenía pero luego que pagué mis impuestos beliceños, cambie mi “plata” y me sellaron de entrada con una sonrisa de parte del agente de migración guatemalteco, un amor ese tipo, no les importa si te quedas o no, Guatemala es genial. Caminé hasta el pueblo con mi mochilota y mi mochilita puestas, me seguían pesando mucho todavía y como pude llegué al centro, comí tacos o panuchos de allá, no recuerdo, pero no estaba mal. Me aterraba no saber dónde dormir, aún no era consiente realmente de la capacidad de movilidad fantástica que tenía mientras viajaba “a mochila”. Mantuve comunicación constante con Carolina Moure, ella y sus hermosas hijas son de las personas más importantes en mi vida y desde aquí les dedico estas palabras por su amor incondicional y apoyo; y por ser también, de las pocas almas a mí alrededor que respaldaron mi loca idea de viajar por el mundo. Hablé con ella por mensajes desde mi teléfono móvil que se conectó a internet por un wi-fi público en una plaza comercial muy modesta pero mi salvación en ese momento.
Fotografía tomada desde la camioneta de George Reed en Belize.

Estaba aterrado esa tarde y me moví a la Iglesia católica principal donde me entrevisté con la encargada de un refugio para migrantes hondureños. Para contextualizar: a finales de 2018, los medios de comunicación internacionales empezaron a volver noticia y viralizar, a carabanas de migrantes de Centroamérica cruzando por Guatemala y México hasta la ciudad de Tijuana, Baja California Norte, tratando de pasar al “gabacho”.      
Este letrero estaba dentro
del refugio para migrantes
donde pasé una noche
en Melchor de Mencos,
Guatemala

Dormí en una cama, cómodo y seguro. Al día siguiente salí como a las 08:00 horas, caminé mucho hasta alejarme del pueblo y se detuvo otra camioneta pequeña, se trató de una familia conformada por papá, mamá, una niña de cinco o cuatro años y un chico de ocho o nueve. Para este momento ya había dejado atrás la carpa, así, a un lado del camino, pensando que algún viajero la aprovecharía, ojalá y eso haya pasado. Esa familia que me levantó me llevó a toda velocidad todo el día con ellos en el vehículo -los chapines manejan muy temerarios en sus indomables carreteras salvajes- y cuando llegó la noche, el señor me bajó en Río Hondo, Zacapa, un poblado pequeño porque le daba mucho miedo llevarme hasta Ciudad de Guatemala, temía por mi seguridad y me regaló 10 quetzales. Yo estaba que me orinaba de terror en realidad, ahora, si fuera el de ahora, hubiera armado "al toque" la carpa unos metros dentro del monte de donde me dejó ese amable señor. Pero no, ese que te cuento era “yo” del pasado, más novato que cuando vas a votar por el Presidente de tu país por primera vez, ¡más novato estaba yo!
Caminé hasta un restaurante donde pedí de comer lo que sea por cinco quetzales, y la señora, Gloria, me dio de cenar unos pinches frijoles con huevo deliciosos acompañados con una tortillota de maíz -“choclo”, le dicen al maíz los hermanos sudamericanos- hecha a mano poca-madre. Gloria me comentó que podía preguntar en el hotel, tal vez me hospedaban por 45 quetzales, la “plata” que me quedaba todavía. Un chico de unos 13 o 14 años atendía en ese hotel de paso y aceptó hospedarme por ese dinero; una vez instalado y pagada la noche, me fui a vender poemas y saqué el dinero del desayuno del día anterior que Gloria me cobró nuevamente a solo cinco quetzales.
Luego de vender me fui a dormir y esa noche nació realmente este blog, esa noche escribí mi primer artículo de viaje, mi hazaña desde la salida hasta ese momento. A pesar que llevo muchos años haciendo periodismo, la redacción de temas como estos nunca lo hice, no fluían igual las emociones en las letras como ahora. Me levanté desde las 5 de la mañana, bueno no, solo desperté, me bañé y salí a vender poemas en tiras de papel, dejé mis cosas en el hotel, vendí, hice unos 65 quetzales y luego de desayunar con Gloria, puse rumbo a Honduras. A unos metros del entronque que está en Río Hondo, hice dedo y un sujeto pasó y desde su automóvil me hizo un ademán grosero mostrándome el dedo medio de su mano; no importó, enseguida se detuvo un tráiler de color rojo con un contenedor atrás, abrió la puerta del copiloto sin levantarse de su asiento y me preguntó que a donde iba, le dije con una alegría que no puedo describir que me dirigía a Honduras, específicamente a San Pedro Sula (SPS), él me respondió que viene de ahí pero que iba a El Salvador pero que me podía dejar muy cerca de la frontera hondureña de Chiquimula. Subí y me dijo que era salvadoreño. Para mí fue la primera vez que conocía a un salvadoreño, de regreso me die cuenta que el corredor de cargas de Centroamérica está plagado principalmente por choferes de tráileres chapines y salvadoreños.
Viajé con Luis Enrique Mena Calderón, toda la tarde, me invitó comida y luego que decidí ir con él hasta su país, obviamente con mis reservas y prejuicios de mierda que encendían falsas alarmas de peligro, llegamos a la frontera con su país. Llegamos temprano, como a las 4 de la tarde más o menos, esperamos hasta las 9 de la noche cuando por fin logramos pasar, esta tardanza fue debido a los trámites de aduana por las cargas de los camiones que él y los demás choferes deben hacer siempre al pasar, cabe mencionar que esta ruta es muy, muy transitada, principalmente por transporte de carga que va y viene de SPS.
Mis primeros sellos en el pasaporte.

Luego de los trámites, me sellaron de salida en el pasaporte del lado de Guatemala, no había ningún otro extranjero en la ventanilla de sellos y en lado de El Salvador no hubo sello; me explicaron los agentes de migración de ese país que solo colocan el sello en el pasaporte cuando la entrada es por aeropuertos.
Luis me invitó a cenar al mejor lugar de “pupusas” de la frontera y no se equivocó, estuvo deliciosa esa cena, mi primera cena en El Salvador, bendito país al que nunca me imaginé entrar, pero tuve mucha suerte de llegar ahí; en ese momento ya estaba “salvadorizado” con esa bienvenida de pupusas.
Dormimos en el camarote del tráiler de Luis, afortunadamente tenía una especie de “litera” donde cada uno pudo dormir en una cama independiente, muy cómodo. Estacionó el tráiler a un costado de la ruta, pero estábamos seguros, alrededor había una veintena de otros tráileros estacionados descansando.
Luis, a diferencia de los choferes mexicanos, no maneja de noche, la empresa a la que le mueve las cargas se lo prohíbe, por lo tanto, debe descansar siempre que llega la noche.
A diferencia de otros choferes, Luis no estaba obsesionado con ninguna religión cuando lo conocí y hablamos de temas tan diversos que lo considero de mis mejores amigos en la ruta ahora.
Luis me mostró lugares en la ruta donde caía agua natural que los choferes bebían; yo la bebí, fría, pura ¡y deliciosa!
Llegamos a El Salvador, a Ahuachapán y de ahí a casa de Luis, donde conocí a su cuñado, Brayam Martínez que me hospedó en su casa a partir de ese 1 de diciembre que llegamos, hasta el 15 cuando partí de nuevo a la ruta… Hasta aquí el relato, para este punto no tenía carpa, tenía en efectivo unos cinco o seis dólares e intactos 90 dólares que traía bien guardados desde México, me sentía afortunado y tenía miedo de seguir pero seguí y lo hubiera hecho de todas formas. ¡Buenos viajes siempre!    

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