Tiré mi carpa… ¡Pero seguí hasta Chile “a dedo”!
CIUDAD DEL CARMEN, El Carmen, Campeche, México.- Mamá, estos son los detalles que no pude contarte en el momento. Mi record
personal de haber estado en más países en menos tiempo -un día en tres países-
lo establecí de regreso a México -pero ese será otro post- aunque la primera
vez que sentí esa “internacionalidad” en mi viaje me pasó al principio cuando
luego que salí de mi madre patria, en seis días estuve en Belize, Guatemala y
llegué hasta la otrora capital cafetera de América, El Salvador, el 30 de
noviembre de 2018. Sí, leíste bien, tiré mi carpa al tercer día en mi estancia
en el país “chapín” porque me pesaba mucho ya te cuento cómo fue esta
atrocidad.
Me despedí de Elvira y su mejor amiga canina, Kudra, y Nick
me dio un aventón al entronque que perfila a la frontera beliceña, me bajé de
su “mami-van” donde de hecho, ¡llevaba a su madre!; nos despedimos y tomé un
taxi que me cobró 40 pesos mexicanos hasta
la frontera, lo sé, no todo fue “a dedo”, al principio en estos días estaba
confundido, no estaba seguro de lo que hacía ni mucho menos cerca de la
experiencia de ocho meses subiéndome a vehículos de extraños en una demasiado
variada cantidad de escenarios de rutas, desde las transitadas donde parece que
te llevan de una y pasas días invisible ante hordas de automovilistas manejando
uno detrás del otro, hasta no esperar nada y subirte “al toque” en una
camioneta que apenas camina en una ruta donde solo hay vacas y mariposas de
colores -y muy bonitas, escenario nicaragüense- alrededor.
Creo que cuando empecé a moverme en Colombia asimilé
realmente mi rol de viajero, hasta ese momento aun pensaba que estaba ahí solo
por casualidad, por suerte. No, llegué ahí porque me lo propuse, porque yo lo
decidí, esa es la única razón para mí y la que rige mi vida ahora; mis
decisiones, mi destino.
Regresando a la historia: me bajé del taxi justo en la
frontera donde un agente de migración de mi país me dijo: “aléjate de las
ciudades y cuídate de las pandillas”, esto luego que le pregunté mientras me
sellaba la salida de mi pasaporte: ¿algún consejo para ir a Belice?
El ignorante comentario de mi interlocutor en ese momento se
repitió a lo largo de la ruta en gente de todos los países donde estuve, que
dejados llevar por lo que ven en los medios de comunicación, piensan que viajar
así es sinónimo de “suicidio”.
Seguí adelante después del sello, crucé un puente y empezaba
a ver gente negra y eso me daba nervios, pensaba que era parte del viaje, en
realidad era racismo oculto dentro de mí, claro, yo era un racista en realidad,
lo comprobé estando en Belice y conviviendo por primera vez con humanos
totalmente diferentes a mí.
Luego del puente, caminé hasta el edificio de migración
beliceño donde unos agentes de migración sin nada de modales me atendieron. Mi
novatez fue evidente y por poco y me cuesta mi entrada a Belize que fue
restringida a solo siete días. Son una mierda los agentes, la gente no, la gente
es hermosa.
Luego que me sellaron, me advirtieron que para salir de
Belize tenía que pagar un impuesto de 40 dólares beliceños o 20 dólares
americanos.
Ver por primera vez y de cerca la robusta complexión de
hombres y mujeres negros me intimidó totalmente, más allá de los “albures” que
mis camaradas puedan imaginar cómo relacionar mi sobresalto con lo que está
alrededor del “negro del wapp”, empecé a sentir –atención ahí, ya no solo
pensar- que en cualquier momento me iban a asesinar solo por no ser negro como
ellos. Ese sentimiento absurdo pasó rápidamente ese día. En Colombia y Ecuador
fue el país donde más contacto tuve con negros. Antes que continúe quiero
contextualizar esto: me permito usar a mis anchas la palabra “negro” y todas sus
variantes para referirme a gente con piel más oscura que la mía no de forma
despótica o con fines ofensivos, sino que desde la cuna en México a todos los
que somos morenos o muy, muy morenos -porque en mi país o por lo menos en las
ciudades donde viví, no hay negros- es totalmente normal que nos digan “negro”
y todas sus variantes, ejemplos:
Yo llamando o siendo llamado por un amigo o familiar:
¡apúrale “negro”, que se nos hace tarde!
¡Pinche negro, ayer te luciste con esas carnitas y las
chelas, cabrón!
Estas expresiones coloquiales entre mi gente se dicen entre
amigos y familiares como se puede apreciar. Incluso en Colombia y Ecuador,
aunque si es cierto que existe racismo, también decirse entre compas de
“negro”, es normal y habitual en la mayoría del país, incluso entre ellos como
lo dicen hasta parece un halago. Por lo tanto para nosotros mexicanos, no
debería haber “taboo”, pero sí había ese virus en mí hasta ése día en Belize.
La llegada a Corozal
Victorioso de ver como una chica de migración beliceña puso
el sello de entrada -lo sé, solo fue por siete días ¡pero fue genial!- en mi
pasaporte me dio todos los ánimos que necesitaba en ese momento para seguir con
mi aventura.
Un último oficial de migración, un negro enorme tipo Baloo
súper alivianado al puro estilo “Bob Marley” pero con un uniforme que le daba
toda la formalidad que usaba en su labor, me preguntó si tenía algún alimento u
objeto que declarar, y le contesté que no tenía ni idea de que sí y que no
podría ingresar más allá de lo obvio como drogas o armas… Solo me dijo un “ok, pásale”
y un ademán de pulgar arriba, fue genial. Nada podía “malir sal”, digo salir
mal y me subí a una combi con rumbo a Corozal.
Parte de mi “n00bsada” al cruzar mi primera frontera, fue no
tener idea de quién era y dónde vivía mi anfitrión, por lo menos lo básico como
la dirección y el nombre completo. A la mierda, me lo inventé todo, esto
gracias a la invaluable ayuda de un héroe, un héroe que no tiene capa, un súper
negro buenísima onda que deambulaba -con otros como él- por la árida oficina de
migración ayudando a la gente “n00b” -como yo
en ese momento- en esto de los viajes, a llenar los horribles
formularios, que a propósito, fueron hechos con vergonzosas faltas de
ortografía en inglés -la lengua madre de los beliceños- y español. Este primerísimo
episodio por lo menos me lo anticipó Elvira, por eso te recordé siempre en mi
viaje y te deseo lo mejor desde aquí.
La combi me dejó en Corozal y empezó el infierno mental.
Toda la mierda de lo que absorbí durante toda mi vida por todos mis sentidos,
principalmente información, empezaba a ser desplazada por nuevas experiencias
que eran como teorías galileanas imponiéndose a los dogmas y doctrinas de las
religiones. Fue hasta que me di cuenta que también había chinos por todos lados
y algunos “latinos” o morenos como yo también, que me calmé. El corazón me palpitaba y estaba “alerta” ante cualquier
cosa sospechosa, sentía la necesidad de avisar donde estaba, de empezar a
gritarle a todos lo que estaba haciendo, necesitaba internet. Llegué a donde sé
que mi madre me mandó en sus oraciones -¡ella es mi fan favorita del blog, te
amo mamá, soy tu chiquitín especial!- que hizo siempre con mucho amor. Entré a
Lo Mel In, el restaurante de comida beliceña de Nidia May, donde probé el
auténtico y más delicioso “rice and beans” beliceño. Nidia
me escribió en año Nuevo, ella siempre me recordó a mi madre, el próximo post
se lo dedicaré a ella que siempre estuvo pendiente de mi viaje también.
Dinero beliceño con la imagen de la reina de Inglaterra. |
dinero beliceño.
Me hospedé con Lucas Hore, un beliceño que sabe mucho de su ciudad, me invitó a cenar en su casa, fue genial; y Nidia me regaló “rice and beans” y cené eso también. Al día siguiente fui con Nidia de nuevo, luego que traté de vender discos pero no vendí nada, me desanimé y no volví a venderlos. El éxito de Bacalar no se repitió en Corozal. Cambié trabajo por comida con Nidia, fue genial ayudarle aunque sea un poco, su restaurante es de los más antiguos. Nidia me ofreció enseñarme a hablar inglés pero no podía quedarme mucho, solo tenía siete días, ¿te acuerdas?
Al día siguiente, Lucas fue a Orange Walk -los beliceños
dicen, “orenyua”- y me dio un aventón hasta ahí. En ese lugar vi muchos
menonitas y un bolero mexicano, que me juró que era el único que vivía ahí.
Salí caminando de esa pequeña ciudad que parecía un pequeño
pueblito, y justo en el momento en que ya no podía caminar más, se detuvo un
sujeto que me dio un aventón hasta la salida real de la ciudad. Se trataba de
un beliceño y un mexicano criado en ese país, que tienen un negocio de renta de
cosas de lugares ecoturísticos cerca de un río, no recuerdo más, lo siento,
pero fueron muy buena onda. Este punto es importante, donde ellos me dejan era
como un peaje, así que los autos se detienen y estos cuates que me llevaron
hasta ahí, me aseguraron que me darían aventón “de volada”, y así fue. Paró una
camioneta “estaquita” pero marca Toyota, muy vieja, de los 90s o 2000 tal vez, un
matrimonio, el señor me hizo señas que me subiera, me dijo que iba hasta Belize
City y le dije que me bajara antes, en el “Burrell Boom”, que es un sitio que
vi en el mapa donde se bifurcaba la ruta para sacarme por Guatemala, en su
frontera de Melchor de Mencos. Así fue, me bajé de esa “camionetita” y caminé
en dirección al “Boom”, como le decían a ese lugar los beliceños, en el camino
se detuvo un beliceño que parecía mexicano, tenía ascendencia mexicana pero le
costaba mucho trabajo hablar en español porque había crecido en un país
angloparlante.
Me hospedé con Lucas Hore, un beliceño que sabe mucho de su ciudad, me invitó a cenar en su casa, fue genial; y Nidia me regaló “rice and beans” y cené eso también. Al día siguiente fui con Nidia de nuevo, luego que traté de vender discos pero no vendí nada, me desanimé y no volví a venderlos. El éxito de Bacalar no se repitió en Corozal. Cambié trabajo por comida con Nidia, fue genial ayudarle aunque sea un poco, su restaurante es de los más antiguos. Nidia me ofreció enseñarme a hablar inglés pero no podía quedarme mucho, solo tenía siete días, ¿te acuerdas?
Me llevó hasta la entrada al “Boom”, era como mediodía, aún
tenía la carpa y probablemente la hubiese usado, pero no me di ese valor y opté
por hacer que el día me diera un techo esa noche. Pasaron unas tres horas y se
detuvo George Reed, un “gringo” a toda madre que trabaja en una empresa
petrolera y va y viene de California en su camioneta. Casualmente iba muy cerca
de la frontera y aunque lo desvió 15 minutos de su casa, me llevó hasta la
frontera; nos enseñó su casa a mí y un bombero que nos hizo dedo en la ruta. A
pesar que ambos no hablaban español, nunca me sentí excluido durante el tiempo
que compartimos y ambos trataron siempre de explicarme como podían cosas que
evidentemente yo no entendía.
Esta foto fue tomada desde la casa de George Reed en Belize. |
George me dejó frente al puesto de control fronterizo de
Belize y me preguntó si tenía los “taxes” o impuestos de salida, los 40 dólares
beliceños -o 20 dólares americanos- y le respondí que sí, estoy seguro que si
no los tenía, él me los hubiese dado, pero para mí fue suficiente con que me
llevara hasta ahí, mi objetivo del día se cumplió, “salir de Belize”.
Prácticamente nunca hice turismo de verdad hasta que Marina Getto compartió su
viaje conmigo en el Amazonas.
Como novato, cambié el dinero que tenía de Belize a
quetzales, la moneda de los chapines, ni recuerdo cuanto tenía pero luego que
pagué mis impuestos beliceños, cambie mi “plata” y me sellaron de entrada con
una sonrisa de parte del agente de migración guatemalteco, un amor ese tipo, no
les importa si te quedas o no, Guatemala es genial. Caminé hasta el pueblo con
mi mochilota y mi mochilita puestas, me seguían pesando mucho todavía y como
pude llegué al centro, comí tacos o panuchos de allá, no recuerdo, pero no
estaba mal. Me aterraba no saber dónde dormir, aún no era consiente realmente
de la capacidad de movilidad fantástica que tenía mientras viajaba “a mochila”.
Mantuve comunicación constante con Carolina Moure, ella y sus hermosas hijas
son de las personas más importantes en mi vida y desde aquí les dedico estas
palabras por su amor incondicional y apoyo; y por ser también, de las pocas
almas a mí alrededor que respaldaron mi loca idea de viajar por el mundo. Hablé
con ella por mensajes desde mi teléfono móvil que se conectó a internet por un
wi-fi público en una plaza comercial muy modesta pero mi salvación en ese
momento.
Fotografía tomada desde la camioneta de George Reed en Belize. |
Estaba aterrado esa tarde y me moví a la Iglesia católica
principal donde me entrevisté con la encargada de un refugio para migrantes
hondureños. Para contextualizar: a finales de 2018, los medios de comunicación
internacionales empezaron a volver noticia y viralizar, a carabanas de
migrantes de Centroamérica cruzando por Guatemala y México hasta la ciudad de Tijuana,
Baja California Norte, tratando de pasar al “gabacho”.
Este letrero estaba dentro del refugio para migrantes donde pasé una noche en Melchor de Mencos, Guatemala |
Dormí en una cama, cómodo y seguro. Al día siguiente salí
como a las 08:00 horas, caminé mucho hasta alejarme del pueblo y se detuvo otra
camioneta pequeña, se trató de una familia conformada por papá, mamá, una niña
de cinco o cuatro años y un chico de ocho o nueve. Para este momento ya había
dejado atrás la carpa, así, a un lado del camino, pensando que algún viajero la
aprovecharía, ojalá y eso haya pasado. Esa familia que me levantó me llevó a
toda velocidad todo el día con ellos en el vehículo -los chapines manejan muy
temerarios en sus indomables carreteras salvajes- y cuando llegó la noche, el
señor me bajó en Río Hondo, Zacapa, un poblado pequeño porque le daba mucho
miedo llevarme hasta Ciudad de Guatemala, temía por mi seguridad y me regaló 10
quetzales. Yo estaba que me orinaba de terror en realidad, ahora, si fuera el
de ahora, hubiera armado "al toque" la carpa unos metros dentro del monte de donde me dejó
ese amable señor. Pero no, ese que te cuento era “yo” del pasado, más novato que
cuando vas a votar por el Presidente de tu país por primera vez, ¡más novato
estaba yo!
Caminé hasta un restaurante donde pedí de comer lo que sea
por cinco quetzales, y la señora, Gloria, me dio de cenar unos pinches
frijoles con huevo deliciosos acompañados con una tortillota de maíz -“choclo”,
le dicen al maíz los hermanos sudamericanos- hecha a mano poca-madre. Gloria me
comentó que podía preguntar en el hotel, tal vez me hospedaban por 45 quetzales,
la “plata” que me quedaba todavía. Un chico de unos 13 o 14 años atendía en ese
hotel de paso y aceptó hospedarme por ese dinero; una vez instalado y pagada la noche, me fui a vender poemas y
saqué el dinero del desayuno del día anterior que Gloria me cobró nuevamente a
solo cinco quetzales.
Luego de vender me fui a dormir y esa noche nació realmente
este blog, esa noche escribí mi primer artículo de viaje, mi hazaña desde la
salida hasta ese momento. A pesar que llevo muchos años haciendo periodismo, la
redacción de temas como estos nunca lo hice, no fluían igual las emociones en
las letras como ahora. Me levanté desde las 5 de la mañana, bueno no, solo
desperté, me bañé y salí a vender poemas en tiras de papel, dejé mis cosas en
el hotel, vendí, hice unos 65 quetzales y luego de desayunar con Gloria, puse
rumbo a Honduras. A unos metros del entronque que está en Río Hondo, hice dedo
y un sujeto pasó y desde su automóvil me hizo un ademán grosero mostrándome el
dedo medio de su mano; no importó, enseguida se detuvo un tráiler de color rojo
con un contenedor atrás, abrió la puerta del copiloto sin levantarse de su
asiento y me preguntó que a donde iba, le dije con una alegría que no puedo
describir que me dirigía a Honduras, específicamente a San Pedro Sula (SPS), él
me respondió que viene de ahí pero que iba a El Salvador pero que me podía
dejar muy cerca de la frontera hondureña de Chiquimula. Subí y me dijo que era
salvadoreño. Para mí fue la primera vez que conocía a un salvadoreño, de
regreso me die cuenta que el corredor de cargas de Centroamérica está plagado
principalmente por choferes de tráileres chapines y salvadoreños.
Viajé con Luis Enrique Mena Calderón, toda la tarde, me
invitó comida y luego que decidí ir con él hasta su país, obviamente con mis
reservas y prejuicios de mierda que encendían falsas alarmas de peligro,
llegamos a la frontera con su país. Llegamos temprano, como a las 4 de la tarde
más o menos, esperamos hasta las 9 de la noche cuando por fin logramos pasar,
esta tardanza fue debido a los trámites de aduana por las cargas de los camiones
que él y los demás choferes deben hacer siempre al pasar, cabe mencionar que
esta ruta es muy, muy transitada, principalmente por transporte de carga que va
y viene de SPS.
Mis primeros sellos en el pasaporte. |
Luego de los trámites, me sellaron de salida en el pasaporte
del lado de Guatemala, no había ningún otro extranjero en la ventanilla de
sellos y en lado de El Salvador no hubo sello; me explicaron los agentes de migración
de ese país que solo colocan el sello en el pasaporte cuando la entrada es por
aeropuertos.
Luis me invitó a cenar al mejor lugar de “pupusas” de la
frontera y no se equivocó, estuvo deliciosa esa cena, mi primera cena en El
Salvador, bendito país al que nunca me imaginé entrar, pero tuve mucha suerte
de llegar ahí; en ese momento ya estaba “salvadorizado” con esa bienvenida de
pupusas.
Dormimos en el camarote del tráiler de Luis, afortunadamente
tenía una especie de “litera” donde cada uno pudo dormir en una cama independiente,
muy cómodo. Estacionó el tráiler a un costado de la ruta, pero estábamos seguros,
alrededor había una veintena de otros tráileros estacionados descansando.
Luis, a diferencia de los choferes mexicanos, no maneja de
noche, la empresa a la que le mueve las cargas se lo prohíbe, por lo tanto,
debe descansar siempre que llega la noche.
A diferencia de otros choferes, Luis no estaba obsesionado
con ninguna religión cuando lo conocí y hablamos de temas tan diversos que lo
considero de mis mejores amigos en la ruta ahora.
Luis me mostró lugares en la ruta donde caía agua natural que
los choferes bebían; yo la bebí, fría, pura ¡y deliciosa!
Llegamos a El Salvador, a Ahuachapán y de ahí a casa de
Luis, donde conocí a su cuñado, Brayam Martínez que me hospedó en su casa a
partir de ese 1 de diciembre que llegamos, hasta el 15 cuando partí de nuevo a
la ruta… Hasta aquí el relato, para este punto no tenía carpa, tenía en
efectivo unos cinco o seis dólares e intactos 90 dólares que traía bien
guardados desde México, me sentía afortunado y tenía miedo de seguir pero seguí
y lo hubiera hecho de todas formas. ¡Buenos viajes siempre!
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