Vaciando la mochila y aprendiendo a vivir
EL REFUGIO, Ahuachapán,
El Salvador.- En estas dos semanas de viaje he vaciado la mochila, no solo
físicamente, también la que llevo dentro de mí, la que todos llevamos supongo.
Prejuicios acerca de las personas fueron derrumbados sistemáticamente conforme
me adentré en Centroamérica, empezando en Belize.
Cuando entré a Belize, específicamente a Corozal Town,
descubrí con gran vergüenza mi verdadera concepción de la gente negra, al ver a
tantos pensé muy mal de ellos, me sentía en el peor lugar del mundo pensando
que me iban a hacer algún daño ¡que equivocado estaba!
Luego de estar dos días allá, me di cuenta de la porquería
que llevaba dentro de mí, de mi cabeza y en mis sentimientos; de todos los
prejuicios que estaban por ser dejados atrás junto con cosas que me han hecho
peso en la mochila que he dejado también en el camino.
Conforme me alejaba de México y me adentraba en el
extranjero, en tierras de las que ni siquiera había oído hablar y que mucho
menos había contemplado en mis proto-planes de viaje cuando trabajaba frente a
un monitor todos los días y en mi descanso una vez a la semana, descubrí que no
hace falta mucho para moverse, solo las ganas y el valor.
Mi madre está aterrada e insiste en que esto fue una mala decisión;
sin embargo, yo insisto y la vida, en que debí haberlo hecho y que de seguir en
Carmen, estaría soñando aun con hacer esto.
El sustento
Vender poemas y no los míos porque aun no los he escrito,
podría interpretares como una forma de mendigar, incluso lo podría ser pidiendo
alojamiento por Couchsurfing, pero me llena mucho saber que contribuyo al
hábito de la lectura y más al de leer poesía, uno de mis pasatiempos ocultos
para muchos que me conocen, no por pena, sino por omisión en mis pláticas
jocosas o de trabajo que solía tener con ellos o ustedes si me leen ahora que
no escribo contra malos políticos.
Tiras de papel sencillas en blanco y negro con el poema, el
autor y una leyenda que invita al cliente a dejar lo que guste por este “simple”
producto, es la forma como he costeado mis viajes y aunque el valor varía por país
de un quetzal a una moneda de dólar americano, lo más valioso es ver a algunos disfrutarlo
mientras lo leen, ver cómo esbozan una ligera sonrisa que aunque parezca de
burla a veces, la mayor parte del tiempo me ha trasmitido admiración hacia mí
por lo que hago, me ha reflejado su deleite y en otras el nacimiento tal vez,
de un nuevo gusto por la poesía.
Hay quienes venden artesanías, otros venden cuentos narrados
de viva voz, otros murales, yo escogí ésta forma por ahora, al final cumple el propósito
de darme un sustento y seguramente irá mutando conforme avance en mi travesía.
La vida
Siempre hay un temor al salir a la ruta, no lo voy a negar,
pero básicamente es el mismo que está adentro cuando sales de tu casa, solo que
no es tan notorio porque la rutina lo opaca volviéndolo tan habitual que lo
hace imperceptible hasta que algo malo pasa... por desgracia.
En mi camino no me ha tocado estar en lugares de “lujo”,
pero se han vuelto auténticos palacios de Versalles que me han resguardado del
frío, el calor, la lluvia, la jungla o la carretera; lugares como refugios para
migrantes hondureños, una cabina de camión, habitaciones y salas en casas de
familias, hoteles y hostales de paso hasta ahora, han sido mis refugios, mis
templos, mis descansos, mis oasis para continuar.
Ningún día me he quedado sin comer. La mayor parte del
tiempo alguien ha compartido su comida conmigo y jamás me ha faltado dinero
para comprar alimentos -¡y ricos!- cuando he estado solo, algo que no es muy
habitual en el viaje, estar solo, sí, eso es un mito, pocas veces se está solo,
como ahora que me atacan mosquitos que combato con repelente, pero por primera
vez no me importa.
Que chingon amigo!
ResponderEliminarQue pinche aventura, y lo que falta, saludos animo
ResponderEliminarIncreible
ResponderEliminarEres la mera verga pero insisto yo no lo aria pero sigue mandando blogsPot.
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